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La maestra, un ángel en mi camino

Me llamo Maykol, si, así como suena, y como lo escribo, fue el primer nombre que se vino a la cabeza de mi abuela materna, Teresa, y como ella poco, o nada sabía de nombres bonitos y de ortografía, pues me quedé Maykol, Con ye, y con K, así lo escribió, en una hoja sucia que recogió del piso, mientras la partera cortaba mi cordón umbilical; han pasado casi 40 años, mi abuela ya no existe, ni la hoja manchada con mi nombre, pero quedo yo, Maykol, un hombre que de niño, di mucho de qué hablar, no por mis buenas notas, ni mi buen comportamiento en la escuela, pues de todas me despedían sin compasión, sino por el mal ejemplo que fui para otros jóvenes de mi edad, en mi casa, ¡Ni para que hablar! Maltrataba siempre a mi madre,” Y que quede claro”, como puede maltratar un adolescente rebelde a una madre; con insultos, altanería, desobediencia, decepcionándola con cada fechoría que hacía; la traté como si nunca me hubiera tenido en su vientre durante ocho largos meses. 

Empeoré cuando empecé con los malos vicios, y cuando digo malos, me refiero a los peorcitos, influenciado por esos que decían ser mis amigos entrañables, esos que solo están en el momento en que haces el daño, y que gracias a ellos recibí de mi madre, unos cuantos miles de golpes. 

Pero no todo fue malo, gracias a que mi madre vivía desesperada, rogando de escuela en escuela, suplicando para que alguien se compadeciera de su desdicha, esa que tuvo sin el apoyo de mi padre; pues de él, solo supe por boca de ella, que nos había abandonado, por irse detrás de una tal Marta, “Una miserable” como despectivamente la llamaba. Fueron tantas las lágrimas derramadas por mi madre, para que me recibieran en aquella escuelita, tan descuidada y necesitada como yo, que de repente apareció de la nada, la maestra Claudina, y con un gesto casi indolente dijo “Pues déjenlo, veré si puedo hacer algo”. 

Recuerdo ese instante como si fuera ayer, en el que mi madre se arrodilló con sus ojos inundados de tanto llorar, y le dio las gracias a la maestra, por la obra de caridad que haría conmigo, ese momento lo llevo impregnado, como un sello, porque fue el que me ayudó, junto con los buenos tratos de la maestra Claudina, su paciencia, su bondad, su desinterés desmedido por enseñarme buenos modales, el valor del respeto, la honradez, el agradecimiento, para ser un mejor ser humano, también me enseñó, que la vocación de ayudar a los demás, tiene la fuerza de cambiar vidas. Y hoy solo puedo decirle ¡Gracias Maestra! Donde quiera que se encuentre.

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