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Todos los caballos blancos

Como buen resentido que siempre he sido, gusto de clasificar a la gente por sus aficiones, disciplinas, defectos o trabajos. Ahora eso es un problema terrible, pero como puedo he logrado salir adelante y hacerme a dos o tres amigos medianamente leales o decentes, jamás las dos cosas. Dentro del «bestiario social» al que poco a poco me voy haciendo, hay una criatura pavorosa, que se reproduce a pasos agigantados, no es otra cosa que los animalistas. Seres de camibuso y gorra que bañan perros, matan garrapatas e insultan a maltratadores de animales. Los animalistas son peligrosos por varias razones, porque son Legión, porque tiene la boca untada de babas de perro y porque al vivir en un país tan violento e ignorante están cuajados en mil batallas al enfrentarse con gente más brava y peligrosa que uno, así que básicamente no les da miedo nada. 

Poco soy de meterme con ellos, también poco de seguirles la morisqueta con que te sonríen, miran a los ojos y acercan con buen tono para lanzarte el zarpazo, que puede ser donar concentrado o ir un domingo a limpiar caca en perreras. No sé qué les dan a los animales en esos lugares, pero tengo la plena seguridad que debe contener desechos radioactivos, dios es testigo que entre el amoniaco y la cadaverina que salen de ellos se puede dar origen a la próxima peste que nos va a extinguir a todos, si no les gana antes el meteorito o este gobierno. 

Con todo y mi desprecio hacia ellos, reconozco y envidio el ímpetu del que antes me les he burlado. Como dije, no es fácil enfrentarse a personas violentas e ignorantes, no es fácil sacrificar tiempo libre y olfato para asear esos animales, mucho menos ser testigos de cualquier tipo de atrocidades que algunos criminales acometen contra «los peluditos». Estoy escribiendo esta columna mientras quedan los últimos estertores de la cabalgata, ese acto anacrónico, clasista y vergonzoso en que una cantidad nutrida de seudoganaderos y aspirantes a terratenientes de los que la tierra la tienen en el ombligo, desfilan encima de unos caballos confundidos e iracundos en medio de rancheras sentimentales y música popular: esa herencia tan enconada que nos dejó el narcotráfico. 

Las redes sociales están plagadas de videos donde hay equinos sangrando, borrachos encima del caballo, pero caídos de la perra y otros parroquianos cabalgando por cualquier calle cual película del oeste. Mientras tanto, la ciudad queda sumida, sí o sí, en un sisma generado por la ruta de la cabalgata. No se me hace raro que el decreto de la alcaldía diga que está prohibido enfermarse hoy, porque se hace virtualmente imposible que una ambulancia circule de manera efectiva. 

Ni la potra zaina, ni El corcel negro, ni «Tiro Loco» McGraw, esos animales tan de las mafias no me llaman la atención, pero eso no quiere decir que no los compadezca. Como dice León Gieco, todos los caballos blancos/ y el campo/ y el campo… ahí es donde deben estar. 

 Blog: actualdeayer.wordpress.com

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