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La cena de los idiotas

Hace más de un mes, cuando decidí escribir esta columna y expresar sobre qué iría, me hice al firme propósito de que no sería sobre política. Siempre he afirmado que en el país se habla demasiado sobre ello, incluso, que es más lo que se habla que lo que se piensa sobre política; pero, en todo caso, hay gente que lo hace muy bien. Sin embargo, dada mi formación y los avatares diarios, me parece imposible no hacer una que otra referencia, no como cientista social ni ninguna otra etiqueta de alto turmequé intelectual, sino como un simple parroquiano que ve, y con lo visto, se aterra. 

Aclarado el asunto anterior, quería referirme a lo siguiente; ya estamos de nuevo en época electoral o al menos en campaña y, como quien abre una catacumba, ha salido a relucir todo el bestiario político regional, dios nos ampare. No sé si es solo impresión, pero advierto que cada vez más los candidatos brillan por su estulticia y desconocimiento, digamos, de absolutamente todo. Gente ramplona cuyos vacíos de elocuencia y claridad los arropan bajo la excusa de ser «gente de a pie», lo que sea que eso signifique. 

Atrás quedaron los políticos que, al menos, se esforzaban por elaborar un discurso florido; falso, pero florido. Esos que hablaban equívocamente de masas, pero las movían. Los que llenaban auditorios, calles y parques. Los de oficinas en cuyos anaqueles tenían libros que en efecto leían. A la sazón, atrás quedaron aquellos personajes nefastos, pero encantadores, que incluso dieron hasta para escribir libros con sus ideas políticas sobre el país o la región. Esto anterior no responde ni a tendencias políticas ni a categorías; siento tan obtuso al concejal de centro como al congresista de derecha, igual al gobernador sentenciado como al representante investigado. 

Ya para caer en la banalidad, hasta en las formas del vestir se nota esto. Incluso, en algunas transmisiones por el canal del Congreso he visto a senadores yendo a sesionar en mangas de camisa. Aunque el hábito no hace al monje, cosa que puede aseverar el senador «Manguito», considero que nombramientos en tan altos ministerios y con sueldos nada morigerados, exigen cierta elegancia en el vestir, muchísimo más a la hora de expresarse, porque hasta para insultar se debe tener altura. 

Retomando mi idea inicial, quería volver a las elecciones departamentales de gobernación, alcaldía y concejo. El panorama que veo es aciago, lo siento como una pelea de bandolas donde escogieron candidatos como si fueran a un concurso de lisiados y sea el más carente el que vaya a ganar. Los más opcionados a la alcaldía de mi ciudad son faltos de todo, menos de mala fama. En últimas, este proceso me recuerda a La cena de los idiotas, película francesa donde empresarios (en este caso barones y baronesas del departamento) competían cada semana por ver quién llevaba el personaje más arlequinesco a cenar y reían mientras los idiotas ignoraban el papel que estaban interpretando en ese juego truculento. 

 En Twitter: @k_amargo

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