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Los pecados de la derecha y la izquierda latinoamericana

Hace unas semanas asistí a la conferencia  “Tres conceptos para entender las políticas de lo indígena en Bolivia”  a cargo del profesor e investigador del departamento de Ecología Humana en la Universidad de Gotemburgo, Suecia, Dr., Ander Burman, quien lleva varios años estudiando las movilizaciones indígenas del hermano país y ha venido trabajando el concepto de “colonialidad de la realidad”. La conferencia se centró en tres asuntos claves: el concepto de “colonialidad de la realidad”, “El ch’akhi ontológico” (o resaca en Aymara), y “El agujero negro de la indigeneidad del Estado”. 

A juicio del profesor Burman, Bolivia vive una transición política compleja puesto que el Estado ha sido cooptado por una élite que se autodenomina indigenista, pero va en contravía de dicho postulado. El primer pecado inicia cuando el Gobierno de Evo Morales, sin ser indígena se autoproclama como tal y logra ganarse el apoyo popular para después despojar las autonomías de los pueblos, paradójicamente con el mismo discurso indigenista. Entonces, con un Estado que dice representar a los indígenas, pacta con empresas extranjeras para explotar recursos del país en pro del bienestar general “indígena”, y niega las consultas populares, como también, la autonomía de los pueblos; ¿Por qué? Porque el Estado es indígena… ¡paradójico, no! 

Por otra parte, la permanencia en el poder y la reelección con matiz de perpetuidad genera en la población el sinsabor de la dictadura; más cuando el discurso hegemónico del Estado, amparado en lo revolucionario, lleva a estigmatizar a la oposición que proveniente del mismo pueblo indígena; asunto que entendió la derecha racista que gobernó a Bolivia antes de Evo, y que ahora comienza a abrir caminos para llegar al poder usando el discurso populista del medio ambiente, la autonomía de los pueblos, el derecho de los indígenas a decidir sobre sus territorios, etc. Nuevamente digo, ¡paradójico, no! 

Finalmente, la incapacidad del gobierno de Evo para comprender las demandas de otros grupos como los LGBTI, las mujeres, los sindicatos, etc., han minado de tal manera su legitimidad que en las últimas elecciones pasó raspando y ha tenido que ir cediendo en sus pretensiones administrativas, al punto de negociar con la derecha que consideró enterrada después de su ascenso. A esto el autor le llama el ch’akhi ontológico, o la resaca en Aymara, puesto que después de una fiesta y un jolgorio, la sociedad despierta y se da cuenta que se excedió. 

Venezuela es otro ejemplo de ch’akhi, pues la corrupción y el egoísmo del gobierno fue capaz de llevar al país a una situación de caos. La crisis venezolana no es por ser Socialista, más bien, y esto lo sabe cualquier seguidor juicioso de la teoría, el último Chávez y el actual Maduro decidieron construir su propio socialismo, uno tropical digno del realismo mágico, y no precisamente seguir las instrucciones de los economistas y politólogos. ¿Resultado? Fiasco total. 

En Brasil, después de 10 años de administración de la izquierda, ésta termina adoptando las mismas prácticas de la derecha y se deja seducir por la corrupción, sin olvidar que el discurso de izquierda termina por presentarse como el único y verdadero; asunto que evidentemente cansaría a cualquiera. Nicaragua, como otro ejemplo, inicia alabando el triunfo electoral de los Sandinistas, pero terminan entronando la dictadura de Ortega y su esposa, con todo lo que ha implicado para el país la anulación de la democracia.

Paradójicamente, estos pecados de la izquierda y el liberalismo de centro como en la Colombia de Santos, llevaron al ch’akhi social permitiéndole a la derecha volver al ruedo, aunque para tal fin tuviera que aceptar las alianzas más inverosímiles; es decir, apoyar su regreso de la mano de proto-dictaduras de lunáticos, como diría Marcos Bagno. Brasil, por ejemplo, con un gobierno racista representado por un hombre sin algún mérito más que decir lo que la caterva iletrada quiere escuchar; o Colombia, con un cómico que sirve de pantalla administrativa para que las pasiones más oscuras de la estupidez se ensanchen con las estadísticas falsas del éxito militar, el desarrollo económico, la lucha contra el narcotráfico y el cuento de la seguridad nacional. 

En Argentina, el ascenso de Macri pretendió conciliar con los deseos de la derecha relegada al segundo plano durante la larga administración Kischner -; sin embargo, la limitada visión de futuro y el afán por recuperar lo perdido hizo que el país entrara en una crisis económica que los tiene con una inflación del 55,8% que se traduce en devaluación de la moneda, incremento de la pobreza y la miseria, y finalmente, caos social. Esto ya lo habían vivido antes, pero pareciera que no lo recordaban. 

Este pecado de la derecha le está abriendo el camino nuevamente a Cristina Kichner en Argentina. En Brasil, el “pecadito” somete a un país que era visto como diverso, libre, ingenioso y emprendendor a una dictadura racista y anacrónica que podría desencadenar en violaciones a los derechos humanos como nunca se había visto. En Colombia, la institucionalidad se desmorona tras fallidos intentos del gobierno por improvisar una agenda que no funciona y tratar de liderar otras que están condenadas al diálogo entre otros, que no somos nosotros; esto sin contar con el incremento en las violaciones a los derechos humanos, la crisis internacional que nos generaría el desmonte del Acuerdo de Paz, y el derrumbe parcial de la poca institucionalidad que se había logrado construir. 

¿Qué tienen de comunes los pecados de la derecha y la izquierda latinoamericana? La improvisación, el afán, la ausencia de autocrítica, el totalitarismo, la estupidez, el anacronismo. Si América latina desea superar la transición política, sea volviendo a gobiernos de derecha o de izquierda, tendrá mucho que evaluar y reevaluar porque los tiempos cambian y es fácil tener una ch’akhi social.

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