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Los retos de la modernidad política contemporánea

Hasta hace pocos años, la guerra era el principal recurso para transformar las estructuras sociales tanto en lo internacional como lo nacional; de allí que el siglo XX viviera dos que devastaron a Europa, y un sinnúmero de conflictos armados diseminados por el mundo. Corea, Vietnam, Caboya, como los más representativos; pero otros cientos conocidos como de liberación nacional, y que dieron origen a los países africanos, por ejemplo. 

América latina no estuvo exenta de este fenómeno, pero no necesariamente los resultados fueron los mismos que en Asia o África. Aquí no triunfó el comunismo -excepto Cuba-, y más bien los gobiernos de turno justificaron el mantenimiento de estructuras cerradas, antidemocráticas y desiguales a partir del discurso anticomunista. Ahora bien, no quiere decir que las guerrillas no dijeran ser comunistas; sin embargo, después de conocer a varios exguerrilleros que hicieron parte del M-19, ELN y FARC, concluyo que el cuento comunista es más un miedo infundado que una realidad material, pues a duras penas han leído o aceptan las tesis marxistas. 

Lo que sí es un hecho es que estos excombatientes, como las mismas derechas conservadoras y liberales de nuestros países, crecieron con la idea de que la guerra determinaría el futuro de las estructuras estatales, y por ello siempre hicieron uso de este mecanismo. Los Estados profesionalizaron sus fuerzas militares con base en las doctrinas anticomunistas de los Estados Unidos y entrenaron sus tropas según lineamientos de la Escuela de las Américas, por ejemplo. Las guerrillas también lo hicieron, e inspiradas y apoyadas por Cuba, China, Camboya, la entonces URSS y otros países, minaron los suelos rurales, extorsionaron empresarios, reclutaron jóvenes y jovencitas y hasta implantaron el régimen de terror en las zonas donde operaron… Era hacer la guerra para tomarse el poder, porque sólo se lograba por esta vía; así como el Estado también utilizaba las mismas técnicas para mantener el orden. 

Sin más que el interés por llegar al poder, Estado y guerrillas se enfrentaron por varias décadas, y en ese camino creyeron que uno de los dos tendría que triunfar. Las FARC, por ejemplo, programaron una agenda de avanzada militar que debería tomarse poco a poco el territorio hasta entrar triunfantes a Bogotá; para ello había que controlar caminos y por eso la terrible historia militarista que ahora comenzamos a conocer por vía de la Comisión de la Verdad y el Centro Nacional de Memoria Histórica. 

El Estado, con Andrés Pastrana, Álvaro Uribe I y II, y Juan Manuel Santos I y II, comprendieron pronto que la guerra se perdería y recrudecieron las acciones sin importar los costos; un ejemplo de ello son los relatos que comienzan a dar los Generales del Ejército ante la JEP, en los que cuentan cómo había que cumplir con cifras sin importar de dónde provinieran los muertos. 

Pero al final, ni el Estado ganó la guerra, y mucho menos las FARC. De hecho, -ya lo he dicho en otras oportunidades-, las FARC lograron poco en la Habana y su más importante y noble alcance es el punto 1 o “reforma rural integral”, que a mi modo de ver es el salto hacia el capitalismo rural y no precisamente el triunfo del comunismo o algo parecido, y el 5 “víctimas”, que permite por primera vez en la historia mundial, poner a las víctimas como un eje de atención y reparación moral y económica. Lo demás, es una serie de puntos que relacionan dignidad humana y política, promueven una moderna estrategia para superar el problema de los cultivos ilícitos y garantiza un tránsito de la guerra a la vida civil con base en los principios del DIH y los Derechos Humanos. 

Lo paradójico del asunto es que pareciera haber más sensatez en las FARC para darle vuelta a la hoja de la guerra, que el mismo partido de gobierno y la derecha colombiana. No es aceptable que sigamos creyendo que la política se hace con gritos al estilo del senador Mejía, o con injurias al estilo del senador Uribe. No es aceptable que creamos que existe un Acuerdo perfecto, porque finalmente la perfección está dada por una valoración subjetiva, y nos condenemos a la insoportable vorágine. No es justo con miles de colombianos y colombianas que buscamos vivir en un país en el que no tengamos miedo de pensar y opinar; no es válido creer que eliminar al contrario es la única forma para tener el poder. 

Hoy las FARC dan una muestra de inteligencia, espero que el Centro Democrático y los ciudadanos opositores también entiendan que la modernidad política nos exige otras formas de construir poder, que defender la institucionalidad es un camino racional para alcanzar una convivencia y que, de seguir dilatando este proceso, lo único que lograremos es condenarnos a un final de realismo mágico.

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